Aprovechando la demagogia que abunda
sobre el día del padre...
De pequeña me dijeron que mi meta en
la vida debía ser: ser una buena esposa y una mejor madre.
Crecí con ese convencimiento, y como
muchas niñas, soñaba con vestidos blancos, flores, una alfombra
roja por la que caminaría hacia el altar, dónde me esperaba mi
futuro marido.
Sería madre de tres hijos, bueno, de
tres niñas, no trabajaría y sería una perfecta ama de casa, que
esperaría con la cena puesta a que su marido llegara a casa.
Pues bien, a día de hoy, con 32 años,
no quiero ser madre, ni quiero casarme, ni quiero ser ama de casa.
Quiero seguir siendo lo que soy, independiente, trabajadora...
He elegido no ser madre, aunque hubo un
tiempo que me empeciné en ser madre soltera (a pesar de mi juventud,
entonces contaba con 23 años), y gracias a que no lo hice. Ser madre
exige una responsabilidad de la que carezco, y con la que no me
apetece cargar.
Eso no significa que odie a los niños,
todo lo contrario, me encantan, siempre y cuando no sean míos.
Y posiblemente sería mucho mejor madre
que muchas de las que sí tomaron la decisión de serlo.