jueves, 4 de diciembre de 2014

33

Tal día como hoy hace 33 años, era Viernes. Viernes 4 de diciembre, y como me gusta más un fin de semana que una palmera de chocolate decidí que era el momento de asomar la cabeza, y vaya si lo hice..

Soy de las que le deprime cumplir años, hace 10 años exactamente que dejé de celebrar el paso del tiempo, muchos no lo entienden ni pretendo que lo hagan, no me entristece cumplir años por el simple hecho de hacerme 'mayor', me entristece seguir cumpliendo años, y ningún sueño. Creo que muy bien no lo estaré haciendo, cuando tengo más años que recuerdos (oh sí, dejarme que dramatice por Dios).
Eso es verdaderamente lo que me hace venirme abajo, 33 años, sí. No tengo arrugas, no tengo canas (shhh dos o tres como mucho, no fastidiarme el momento), tengo trabajo, casa, familia, amigos... Pero no sé, siempre encuentro que no estoy completa, que el tiempo es indirectamente proporcional a la velocidad a la que vivo, no sé si me explico.
Pero, como he llegado a la edad con la que ya se me puede crucificar, he decidido que voy a hacer que los 34 merezca la pena celebrarlos, pienso vivir los 33 como si fuera el propio Jesucristo, no, no voy a multiplicar panes y peces, pero pienso vivir cada noche como si fuera la última cena, no sé si me explico...

¿Vosotros no hacéis balance cuando se acerca vuestro cumpleaños? Echáis la vista atrás y miráis por el retrovisor y veis vuestro  'yo' a los 20, a los 25, a los 28, a los 30... Yo lo hago cada diciembre, sonrío los primeros tramos de la veintena, recuerdo salidas, viajes, risas, alcohol, sexo, recuerdo sentir la vida en cada poro de mi piel, aún hacen eco en mi memoria las carcajadas, las risas, incluso aún me pica alguna cicatriz de la época. Es obvio que el tiempo lo cura todo, pero no destierra el dolor, sin embargo es como que los buenos ratos se graban con otra intensidad y otra calidad de tinta en la memoria. O eso, o he sido más infeliz que feliz. Aunque descarte rotundamente esta última posibilidad. Simplemente creo que el dolor es acumulable, y la felicidad es substituible.

Es una reflexión cargada de hormonas, pero con más verdad que miedo por reconocer en voz alta que prefiero cumplir sueños y no el paso del tiempo.